Toco tu piel, estás seca, una áspera sonrisa atraviesa tu rostro de arcilla. Intento besarte para devolverte la brisa, pero me agota tu osario de arena y cal. Te estás muriendo, y yo aquí, en silencio, tosco y huraño ante la devastación.
Me dicen que soy culpable, que me bebí toda tu belleza a borbotones intensos de lujuria, que te escancié sin hartazgo ni mesura, que tomé tu riqueza prístina desde las entrañas mismas de tus venas.
Y sí, es posible que sea yo responsable de la presente mutilación de tu belleza húmeda, que mis años de irreverencia te hayan finalmente estrechado y agostado.
Sin embargo, no me culpes del todo, ¡tú te entregaste sin condiciones y me dejaste poseer toda tu territorial belleza!, cediste tus vírgenes manantiales a mi salvaje arresto de piraña, dejabas que talara tu piel con certero abuso de confianza, que exprimiera tu goteante limo, tus termas abismales. Te otorgaste amante y satisfecha, me alegraste con monumentales senos perfilándose en el horizonte, me bebí todas tus lágrimas, tus gotas de ambarino néctar. Te rendiste a mi mordida rapaz y a mis caricias de bestia, tomé todo lo tuyo con ignorante prepotencia: tus frutos de colores, tu mies, tus negras fosas de pedernal, tu paisaje feliz, tu pureza milenaria.
Luego, cautiva ya de mi destructivo abrazo me volví caprichoso y exigente con tus generosos dones.
Mas luego, aunque ignorada, cuando yo emigré siguiendo la sirénea copla del asfalto, seguiste prodigando tus savias subterráneas.
Al final, cuando tus estertores me llamaron con telúrica tristeza, asistí a tu agonía todavía un poco escéptico. Hasta que sentí hambre y sed me di cuenta de la catástrofe.
Ahora te miro, toco tu piel y ya no me das nada, ya no puedes, aunque quieras. Tu muerte es inminente, durante años te he matado. Pero, me arrastras tras de ti en cumplimiento del destino que nos une, amantes milenarios engarzados en fatídica y parasitaria relación universal.
Yolanda Ramírez Michel
Escritora y mitóloga tapatía